Con la lectura se pueden satisfacer los deseos que cualquiera pueda tener de aprender, ya que es la fuente de adquisición de conocimiento. Pero estas ventajas han sido desechabas por los jóvenes de hoy, que han abandonando los procesos cognitivos que llegaron a nosotros con el libro y que tienen que ver con la adquisición de conocimiento, la creatividad, el pensamiento crítico, la originalidad, el análisis y la reflexión. Estas definiciones son reemplazadas por un modelo de pensamiento superficial, basado en las decisiones instantáneas y la falta de concentración, ya que sólo les gustan los principios de las cosas y nunca son capaces de terminar algo.
Una de mis motivaciones al elegir esta profesión fue el gusto por la lectura, el sumergirme en un libro e imaginar lo inimaginable.
Según Nicholas Carr menciona “Mi mente quedaba atrapada en la narración o en los giros de los argumentos y pasaba horas paseando por largos tramos de prosa. Ahora casi nunca es así. Ahora mi concentración casi siempre comienza a disiparse después de dos o tres páginas. Me pongo inquieto, pierdo el hilo, comienzo a buscar otra cosa que hacer. La lectura profunda que me venía de modo natural se ha convertido en una lucha”.
Scout Karp, quien escribe un blog sobre los medios de difusión en línea, confesó “hace poco me he dejado por completo de leer libros. “Hice el master en literatura en la universidad y era un voraz lector de libros —escribió—. ¿Qué ha pasado?” Y especula la respuesta: “¿Y si todo lo que leo es en la red, no se debe a que la forma en que leo haya cambiado, o sea, que esté sólo en busca de comodidad, sino porque mi forma de PENSAR ha cambiado?”
Este es un problema que a la mayoría les sucede, yo también me incluyo ¿mi forma de pensar ha cambiado? Pero ¿cuál es la explicación de este fenómeno?
La compañía de Google ha declarado que su misión es “organizar la información mundial y hacerla universalmente accesible y útil”. Procura desarrollar “el motor de búsqueda perfecto” al que define como algo que “entiende exactamente lo que uno quiere decir y le devuelve exactamente lo que desea”. Al entender de Google, la información es un tipo de producto, un recurso utilitario que puede extraerse y procesarse con eficiencia industrial. Mientras más sean las piezas de información a las que uno pueda “acceder” y mientras con mayor rapidez podamos extraer lo esencial de ellas, más productivos nos hacemos como pensadores.
¿Dónde termina esto? Pegunta Sergey Brin y Larry Page, los dotados jóvenes que fundaron Google cuando hacían su doctorado en ciencias de computación en Stanford, hablan con frecuencia de su deseo de convertir su motor de búsqueda en una inteligencia artificial, una máquina al estilo de HAL que sea posible conectar directamente a nuestros cerebros. “El motor de búsqueda supremo es tan inteligente como las personas… o más —afirmó Page hace unos años en un discurso—. Para nosotros, trabajar en búsqueda es una forma de trabajar en inteligencia artificial.”
En una entrevista concedida a Newsweek en 2004, Brin comentó: “No hay dudas de que si uno tuviera toda la información del mundo unida directamente al cerebro, o un cerebro artificial que fuera más listo que el propio, estaría uno mejor.” El año pasado Page dijo en una convención de científicos que Google “en realidad trata de construir una inteligencia artificial y de hacerlo en gran escala”.
Google, una empresa fundamentalmente científica, está motivada por un deseo de usar la tecnología, en palabras de Eric Schmidt, “para solucionar problemas que nunca antes se han solucionado” y la inteligencia artificial es el problema más difícil que hay”.
En este mundo “mucho mejor” o de “inteligencia artificial” el cerebro humano es sólo una computadora anticuada que necesita un procesador más rápido y un disco duro mayor.
Su suposición fácil de que estaríamos “mucho mejor” si una inteligencia artificial complementara, o incluso sustituyera, nuestros cerebros resulta inquietante, fascinante y cuando aun no ejercía me hubiese perecido extravagante e utópico.
A Woolf y Carr le preocupa que el estilo de lectura que promueve la Red y claramente a mi también, con un estilo de “eficiencia” y de “inmediatez” por encima de todo lo demás, esté debilitando tal vez nuestra capacidad para el tipo de lectura profunda que me motivo en la incursión de esta profesión.
Volvamos a realizar lecturas profundas que promueve el conocimiento que adquirimos de las palabras del autor y también esas irresistibles ansias por leer e imaginar. Carr menciona “En los espacios de calma abiertos por la lectura sostenida, sin distracción, de un libro o, si a eso vamos, por cualquier otro acto de contemplación, realizamos nuestras asociaciones, trazamos nuestras propias inferencias y analogías, promovemos nuestras propias idea”. La lectura profunda, como afirma Maryanne Wolf, es indistinguible del pensamiento profundo.
No perdamos los espacios de tranquilidad que nos estimulan a soñar, razonar, interpretar y cuantas más habilidades podemos desarrollar. Nunca olvidemos esos recuerdos de nuestra infancia donde observábamos a alguien leyendo en un sillón, patio o plaza. Desarrollemos nuestro propio ser y lo más importante, no les quitemos la posibilidad a nuestros estudiantes a conocer este mundo de la lectura profunda que no abre mundos inimaginables.